Caballo de Troya

Este es el testimonio de una mujer acerca de su experiencia de conversión, surgida a partir de la lectura de un libro polémico:

“Como llegó a mis manos el libro “Caballo de Troya I”


Hace ahora unos doce años, que leí aquel libro. Por aquel entonces yo era una convencida anti-iglesia. Decía creer en Dios y en Jesúscristo, pero aborrecía y criticaba sin piedad a los curas, al Vaticano, a las beatas que iban a misa y todo lo que oliese a liturgia y clero.

Tan convencida estaba de mi postura, que cuando una amiga me sugirió que leyese “Caballo de Troya” argumentando que ese libro provocó indignación en la Iglesia Católica, no me lo pensé dos veces, le pedí que me lo prestase cuanto antes.

La lectura del libro

Comencé a leerlo con morbo, esperando encontrar aquello que tanto escocía al clero.

La novela me enganchó desde el principio. Me sumergí en su lectura, imaginando que pudiera ser cierto que un hombre, en una capsula del tiempo, hubiese viajado al pasado para ser testigo de los últimos días de Cristo.

Por ignorancia de los dogmas de la Iglesia, no pude encontrar aquellas cosas tan graves que causaban enfado. Solo recuerdo una frase que ponía en duda la exactitud de los Evangelios, puesto que ninguno de los cuatro evangelistas tomaba apuntes de lo que Jesús hacía o decía. El resto de ofensas me pasaron desapercibidas.

Lo que sí encontré en cambio, fue una visión del Vía Crucis que hasta ese momento no había tenido. La forma en que los Evangelios narraban los hechos no me impresionaba, en cambio, la descripción de aquella novela me conmovió profundamente.

Pormenorizaba cada humillación y dolor sufridos por Cristo aportando detalles fisiológicos, en lenguaje actual, más comprensible para alguien como yo. Aunque era consciente de que se trataba solamente de una novela, quedé profundamente consternada.

Sirva como ejemplo de lo que trato de explicar el siguiente párrafo que recrea parte del momento en que Jesús es azotado:

Los azotes a Jesús según J. J. Benítez:

“Los golpes, cada vez más implacables, fueron humillando poco a poco el cuerpo del Maestro, que terminó por doblar las rodillas, mientras sus dedos, chorreando sangre, se crispaban por el dolor. A cada latigazo, Jesús había empezado a responder con un corto y apagado gemido.

Una vez «traducidas» las ondas ultrasónicas a imágenes, el resultado de la flagelación apareció ante nosotros en todo su dramatismo.

Los verdugos, consumados «especialistas», sabían muy bien qué zonas podían tocar y cuáles no.

Desde un primer momento nos llamó la atención el hecho increíble de que ninguna de las costillas hubiera sido fracturada.

La precisión de los latigazos, en cambio, había ido abriendo los costados de Jesús, hasta dejar al descubierto las bandas fibrosas o aponeurosis de los músculos serratos. El dolor al lastimar estas últimas protecciones de las costillas tuvo que alcanzar umbrales difíciles de imaginar. En opinión de los expertos de Caballo de Troya, superiores, incluso, a los 22 «JND»1.


Por supuesto, amplias áreas de los músculos de la espalda -dorsales, infraespinosos y
deltoides- aparecieron rasgadas y sembradas de hematomas que, al no reventar, tensaron extraordinariamente lo que le quedaba de piel, multiplicando la sensación de dolor.

En aquel examen de los tejidos superficiales, los investigadores quedaron sobrecogidos al comprobar cómo los legionarios habían elegido las zonas más dolorosas, pero menos comprometidas, de cara a una posible parada cardíaca, que hubiera fulminado quizá al Nazareno.

Eligieron principalmente las partes delanteras de los muslos, pectorales y zonas internas de los músculos, evitando corazón, hígado, páncreas, bazo y arterias principales, como las del cuello.”

Las consecuencias de leer este libro.

Terminé la lectura al comenzar la Semana Santa. Asistí a las procesiones con una intensidad e interés que nunca antes había experimentado. Cada paso me hacía recordar las escenas del libro. Me fijaba en los detalles, los símbolos, los rostros y actitudes de la figuras talladas en madera, que pasaban ante mí como una catequesis nueva, vista con ojos distintos, muy abiertos, receptivos. Puedo decir, sin sombra de duda, que aquella fue mi primera Semana Santa vivida de verdad.

Y eso no fue todo, unas semanas después, tuvo lugar otro hecho maravilloso que cuento a continuación.

“Cristo amarrado a la columna” de Salzillo.


Para celebrar el primero de mayo, fui de excursión a la zona recreativa del Convento Franciscano de Santa Ana en Jumilla. Iba acompañada por mi familia y amigos, unas quince personas más o menos. La mayor parte de ellos anti-iglesia, como yo. Todos bautizados, pero ninguno practicante. También venía la chica que me prestó el libro.

En un momento del día nos acercamos a visitar el museo del convento. Cuadros, crucifijos, rosarios, y otros muchos objetos religiosos. Todos entraron, echaron un vistazo rápido y salieron. Pero yo me quedé petrificada.

Ante mí tenía la imagen del “Cristo amarrado a la columna” del escultor Francisco Salzillo. Lo miré con detalle, fijándome en sus manos atadas, las heridas abiertas por los latigazos, su cuerpo desnudo e indefenso. La imagen de un Dios humillado hasta el extremo.

Cristo amarrado a la columna

Cristo amarrado a la columna, obra de F. Salzillo

Recordaba las palabras del libro, la descripción de la atroz tortura y observaba en la talla los efectos. Al mirarle a la cara y ver su expresión, sus ojos, rompí a llorar como una niña. No podía parar, me encontraba sola en el museo, una suerte, así nadie interrumpió el momento.

Con la cara bañada en lágrimas entendí el gran amor de Dios por sus criaturas. El precio pagado para salvarnos, carísimo, desorbitado, y profundamente inmerecido. Me sentí ruin, desagradecida, culpable, indigna,…..y muy, muy amada, a pesar de no merecerlo en absoluto.

La búsqueda de la oveja perdida

Sin embargo, aquel no fue el momento de mi conversión definitiva, porque no alimenté mi fe asistiendo a la Iglesia. Si lo hubiese hecho, habría sido un sarmiento unido a la vid desde aquel preciso instante. Fue años después, por otros motivos, que acabé formando parte de la Iglesia a la que tantas veces había criticado. Pero el recuerdo de aquella experiencia me ha acompañado siempre, y continuo sintiéndome indigna de tanto amor.

Hace unos cuatro años, durante una reunión de formación de catequistas, alguien habló con desprecio de “Caballo de Troya”. Yo guardé silencio, pero hoy me atrevo a contarlo.

Dios tiene sus métodos para buscar a la oveja perdida. No me iba a encontrar cerca del redil, escuchando su Palabra. Me buscó lejos, leyendo lo que no debía. Lo que para unos representa una herejía, para mi supuso una clara llamada a la conversión.

Y para quienes tienen dificultades para leer, también está disponible en audiolibro:

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